Respirando aire libre

Si la pandemia algo positivo nos ha dejado (algo bueno habrá que sacar de todo esto) ha sido valorar, casi idolatrar, los espacios al aire libre.

En un tiempo en que ni salir a la calle podíamos, imaginar las avenidas, los parques y las plazas vacías hacían sentirse a uno nostálgico, triste. Añorábamos pasear por las calles, ver disfrutar a nuestros hijos en los parques, caminar por los senderos de los bosques o arreglar el mundo desde las terrazas de los bares. Los lugares abiertos se convirtieron en un deseo, un sueño. Y cuando llegó el día en que por fin pudimos salir de casa, solo nos permitieron lugares abiertos para reunirnos y, aunque seguíamos echando de menos costumbres que no podíamos llevar a cabo, cierto es que empezamos a disfrutar de los espacios abiertos. Y de una forma más consciente y agradecida, diría.

Empezamos a participar en eventos al aire libre, los cuales hasta entonces se habían celebrado a puerta cerrada; nos iniciamos en todo tipo de deportes outdoor, y descubrimos que muchos de ellos nos gustaban; nos animamos a salir a pasear por el simple hecho de pasear, dejando de lado el consumismo (no queda otra, nuestras tiendas y centros comerciales seguían cerrados); y empezamos, no sabéis cuántos, a salir asiduamente a la montaña…

¡la cantidad de coches que aparcaban cada sábado y domingo en las entradas de los parques naturales y bosques de la zona! El aire libre se había puesto de moda. ¡Maravilloso!

Empezamos a disfrutarlo y a comprobar sus beneficios, que siempre habían estado ahí pero que parecía que habíamos olvidado. Y aunque todos sabemos que pasear por la montaña le hace a uno sentirse de maravilla hay otros beneficios quizá no tan difundidos pero muy obvios.

Nos dimos cuenta que un paseo al aire libre, y si es entre árboles mejor, nos hace desconectar del día a día y nos ayuda a conectar con nosotros.

De repente empezamos a notar nuestra respiración. Y caminando nos dimos cuenta que aumentaba nuestra capacidad de concentración durante el trayecto y las horas después del paseo. Sentíamos como poco a poco se iba desarrollando un poco más nuestra creatividad y cómo de repente, sin darnos cuenta, la imaginación echaba a volar, pero la imaginación en positivo (que la de imaginar problemas ya la tenemos muy arraigada).

Al mover el cuerpo mejoraba nuestra motricidad y también la circulación y al acabar el paseo sentíamos un bienestar general que se expandía hasta en la mente. Y es que las endorfinas, unas sustancias producidas por el cerebro cuya segregación estimula los centros de placer creando bienestar, hacían su función. Y además, por si fuera poco, nuestro sistema inmunológico se veía reforzado y se hacía más resistente. Lo ideal anti pandemia.

Todo beneficios y todo bienestar… y eso solo paseando de vez en cuando entre árboles

¿Te imaginas disfrutar cada día de unas horas en un entorno así?  ¿Te imaginas que además te sientes acompañado, protegido y animado a curiosear, investigar y experimentar?

Pues ahora imagínate ser un niño, y ese lugar… tu escuela.

¿Te vienes?

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