UN TESORO ESCONDIDO.

Todos hemos recibido o recibiremos alguna herencia en esta vida. Una joya, una casa, un juego de café, un abrigo, unos ellos, una lámpara…. Cosas que nos pueden gustar mucho y guardamos como si fueran un tesoro, pero a veces algo insignificante nos da mucho más amor y ternura de la que podemos imaginar. Detrás de estos tesoros especiales, siempre hay una bella historia que recordar.

UN TESORO ESCONDIDO.

Mientras buscaba en el antiguo desván de su nuevo hogar, Paula encontró un polvoriento y raído cojín.

¿Quién eres tú? Preguntó en voz alta.

  • ¡Soy el cojín que todo lo vive!  Exclamó el arapo.

Nací, hace muchos años, me hicieron unas dulces manos, tejiendo un vestido multicolor. Antiguamente, siempre estaba en la mecedora del porche.

¡Ahí disfrutaba del hermoso jardín con sus árboles frutales, de las hermosas flores, del canto de los pájaros y los chismes de los mayores, pero también vivía las aventuras que los niños contaban!

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¡A veces, incluso formaba parte de sus juegos, y volaba de un lado a otro dando vueltas vertiginosas!

Cuando hacía frío, solía acompañarme mi amiga, la manta de franela.

Era muy simpática con sus cuadros rojos, verdes, azules y amarillos. Algunas mañanas se sentaba un viejecito y apoyaba su lastimada espalda en mí. Siempre agradecía el bienestar que yo le daba, se tapaba con la manta y disfrutaba de un buen descanso meciéndose, no sin antes fumarse una pipa de tabaco a escondidas.

Pasado un tiempo, pasé a formar parte del salón.

¡Ahí había un gran sofá y muchos más cojines!

Tenían diferentes formas y sus vestidos eran más modernos.

Viví numerosas experiencias en aquel salón. Disfrutaba de un aparato llamado televisor.

Muchas tardes y muchas noches, la familia se sentaba delante y miraban películas de todo tipo. Alguna vez me usaban para taparse la cara, porque tenían miedo… otras retorcían mis esquinas para ocultar su nerviosismo. Aunque lo que recuerdo con más ternura son los momentos que, la jovencita de la casa me abrazaba y lloraba porque algún estúpido muchacho la había rechazado.

Volvieron a cambiarme de lugar, esta vez me encontraba en una silla de la cocina, ¡que sitio más ruidoso! ¡Y a la vez diría que el más alegre de la casa! Tenía un fuego a tierra, donde alguna brasa me había quemado mi vestido. Ahí todo el mundo hablaba y movía ollas, sartenes, cazuelas y platos. A veces discutían sobre alguna receta antigua y que ingrediente debían de utilizar.

¡Recuerdo una vez que la jovencita de la casa, que ya no lo era tanto, se enfadó muchísimo porque se le agarró un guiso, y me lanzó casi dentro del fuego!!!

¡Menudas cicatrices me quedaron! Las puntas chamuscadas y un gran agujero en el centro de mi vestido.

¡Cómo lloró al verme! Me abrazó, me besó, me sacudió y volvió a tejerme un nuevo vestido, con una lana muy suavecita de color verde manzana, y decidió subirme a su habitación para cuidarme mejor y no volver a chamuscarme. En este lugar viví noches llenas de pasión, y fui testigo del nacimiento de dos hermosos bebés, eran gemelos, un niño y una niña.

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El tiempo fue pasando y un día, sin darme cuenta, me encontré en este oscuro y polvoriento lugar. Los ratones se han comido parte de mi vestido, que ya no se ve ni de qué color es. Aquí solo acumulo polvo y nadie sube a verme.

Ya no oigo historias, ni ruidos de la cocina, nadie me abraza desde hace años …. Sólo soy un viejo, triste y mohoso cojín. _ Dijo tristemente.

  • ¡¡¡¡Entonces… tú eres el famoso cojín de la abuela Luisa!!!!- Dijo sorprendida Paula.

Mi madre me contó muchas historias sobre ti, de como ayudabas al abuelo Joaquín con su espalda, de como te hacían volar ella y sus hermanos. Sí, mi madre Encarna era la que te abrazaba y lloraba, la misma que te quemó en el fuego a tierra, sin darse cuenta de lo que hacía. Ella fue la que te vistió de color verde manzana y te cuidó.

Y también te estrujó cuando nacimos mi hermano Pablo y yo, Paula.

La verdad es que formas parte de mi familia, y aunque estás muy destrozado, encontraré la manera de que luzcas en mi nuevo hogar.

 Dijo felizmente.

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¡Que gran tesoro había encontrado Paula, el famoso cojín de la abuela!! Siempre que escuchaba historias de su familia, salía este preciado cojín. Sin pensarlo dos veces lo recogió del suelo. Lo sacudió y lavó a mano cuidadosamente con mucho cariño.

¡Por desgracia el tiempo y los ratones, habían causado muchos daños, pero Paula tuvo una gran idea! Recortó un pedazo de tejido que aún estaba en buen estado y seguía siendo verde manzana después del delicado lavado.

Le hizo una puntilla blanca alrededor de ganchillo, lo colocó en un cuadro de cristal con marco dorado, con una plaquita de metal que decía:

 EL COJÍN DE LA ABUELA LUISA.

Lo colgó en la pared del salón y cada día cuando entraba lo miraba, sonreía y saludaba.

Para Paula era su mayor tesoro, pues al verlo sentía la presencia de su abuela y de su madre. No hace falta oro o joyas para heredar de nuestros antepasados, a veces, algo tan simple como un retal de tela es mucho más valioso.

Montse Guai.

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1 comentario en «UN TESORO ESCONDIDO.»

  1. Es curiós! Això volia fer amb un coixí q em va fer la meva millor amig. Hi va brodar el nom de les meves nenes. Per mi, es molt important i significa molt.😘😘😘

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